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VERANEANTES DEL PASADO

A veces no nos percatamos que, en la vorágine de la vida, todo muda y se transforma. Más en estos tiempos trepidantes, donde lo que hoy se ensalza de vanguardista y revolucionario, mañana se mirará como objeto caducado o hábito varado en el pasado.

Y al galope de los cambios tecnológicos, sobre su grupa y bien asida a sus riendas para no caer, cabalga la sociedad, en pertinaz e inevitable transformación.

Estos pensamientos me acometieron hace un par de tardes, tratando de disfrutar unas horas de relajado deleite, en una de nuestras calmadas, cristalinas y cálidas playas, mitad alicantinas, mitad murcianas (y que ya en su día inspiraron “ardientes” capítulos de mi novela “El Colgante”).

Así, en mi inevitable tendencia a la observación, como gen inherente a mi faceta creadora literaria, al abrigo de las olas y la arena, descubrí un contraste de ineludible poder “hechizante”.

Pues entre pandillas de jóvenes armados de palos “selfie” o torneadas féminas y musculosos donceles, luciendo sobre las toallas o al borde de las olas bañadores de marca o gafas de diseño, descubrí una familia que parecía extraida de décadas lejanas.

De aquellos primeros veraneos del epílogo de la dictadura y los albores de la democracia, bien caricaturizados en aquellas tiras de comic de la familia Ulises

Tratábase, pues, de una familia que parecía descolocada en el tiempo. De las que el vulgo común cataloga de la “España profunda”.

Bajo una sombrilla de propaganda, de color ya desvaído, una suegra clásica de rulos y vestido gris, se desparramaba sobre una silleta del siglo pasado. Con sus brazos metálicos oxidados y ocres de roín. Enfrente, la hija de la anterior, con un bañador del pleistoceno y frondosas cejas. Y, a su vera, su marido, hombre de pelaje en hombros y cuello, ataviado con una elástica de propaganda de algún bar de su pueblo (tal vez ya inexistente) y con una vetusta nevera entre sus piernas

Las hijas y nietas, pálidas, sobradas de carne, con pantalones sobre el bañador, nada refinadas, salpicaban eufóricas en ese mar que parecieran no haber visto nunca.

Al abandonar aquel lugar, una última escena de esta peculiar familia, me provocó una sonrisa. El rudo esposo y padre de familia mostraba en un cubo azul el pez capturado por su hijo, que lucía granos en el rostro, a un grupo de chicas delicadas tendidas sobre toallas y esterillas, tomando el Sol y conversando de sus cosas, entre chispeantes tintos de verano.

Huelga describir el rostro circunspecto de las mismas, y las posteriores risitas y cuchicheos cuando esos orgullosos depredadores de algún territorio interior volvieron al arrullo de su sombrilla.

En síntesis, se elogia la muticulturalidad de urbes y sociedades como un atributo positivo y una conquista social. Pero sobre la microcosmos de la playa, en un espacio apretado, se puede saborear, además, la “multitemporalidad” de las sociedades, como un legado que nos deja la cadencia del tiempo. Buen verano.

Agosto 2015

Javier L. García Moreno

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